por JUAN DOMINGO ESPINOZA
El sindicalismo no es una consigna que se grita, es una llama que se hereda. No necesita doctrinas, necesita convicción. El Sindicato que siento no impone, acompaña. No obliga, despierta.
No pertenezco a un gremio por obligación: es parte de mi identidad. Soy parte de una historia de resistencia y dignidad que se construyó desde abajo, con manos reales y corazones despiertos.
Cuando pienso en Luz y Fuerza, pienso en quienes encendieron este camino, en quienes entendieron que la verdadera fuerza nace de la unidad que se siente en el alma.
No me arrodillo ante banderas, pero inclino el alma ante la dignidad del trabajador. Cada línea tendida, cada servicio garantizado, late con la historia de un gremio que nunca se rindió.
Ser parte de Luz y Fuerza de la Patagonia es reconocerse dentro de una corriente de justicia que no se detiene. Es transformar la queja en propuesta, la bronca en organización.
Creer en el sindicalismo es quedarse en la superficie. Sentirlo es habitarlo, pensarlo, construirlo.
Héctor González es ese compañero que entiende que el sindicato se conduce desde el barro, no desde un pedestal. Escucha, impulsa, construye.
No seguimos estructuras: sentimos un proyecto vivo, que nos transforma y que seguimos construyendo cada día.
Porque el alma del sindicalismo no está en los papeles. Está en nosotros.